Estrella Montolío Duran es una referente, una maestra, en el ámbito de la comunicación y el lenguaje. Es catedrática de Lengua Española de la Universitat de Barcelona. Además, asesora diferentes empresas y corporaciones para ayudarlas a mejorar en su comunicación. Es también una gran divulgadora de la lengua y ha impartido centenares de conferencias, participado en programas de radio y escrito diversos libros y artículos en medios.
Podéis escuchar el capítulo entero con Estrella Montolío aquí [en catalán]:
¿Por qué empezaste a apasionarte por el lenguaje?
Estudié Filología porque en Bachillerato me gustaban la gramática y la sintaxis. Me interesaba la parte lógica y las reglas internas de la lengua. Con el tiempo, encontré tanto o más fascinantes los estudios sobre cómo las personas utilizamos el lenguaje y el poder que tiene.
Tú dices que todo es lenguaje. ¿Somos conscientes de ello?
El lenguaje tiene unas posibilidades extraordinarias de las que creo que aún no somos lo bastante conscientes. El lenguaje articulado es una capacidad biológica que tenemos los seres humanos, de la misma forma que respiramos o somos bípedos. Sobre estos automatismos biológicos, porque son automatismos, hemos hecho una reflexión. Por ejemplo, todos sabemos que si estás nervioso antes de una presentación en público debes de respirar de una determinada forma. O si has de dar a luz, o si cantas en un coro o si haces pilates. Tienes reflexiones sobre maneras convenientes o no convenientes de respirar en determinados contextos. O, ¡qué podemos decir sobre la necesidad de la nutrición! Ahora todos sabemos de la existencia de tipos de alimentos diferentes, que si lípidos, proteínas, hidratos…
Aprendemos de todo.
Sí, y también sabemos que hay una cierta alfabetización nutricional: intentamos que los niños no tomen bebidas azucaradas o que la gente no desayune un frankfurt cargado de kétchup. Pero, ¿cuál es la reflexión sobre la importancia del automatismo del lenguaje? ¿Qué sabemos sobre qué tipo de conversaciones son decididamente tóxicas y cuáles, por el contrario, son terapéuticas? ¿Qué sabemos sobre cómo podemos acometer una conversación que ha de ser difícil? ¿Qué sabemos sobre cómo podemos manejar las relaciones interpersonales para que sean constructivas y no hostiles? Sobre todo ello, aún no tenemos ningún tipo de reflexión pública. Y esta es una de las tesis que intento impulsar.
¿Realmente el uso de unas determinadas palabras en lugar de otras puede ayudar a generar un ambiente hostil o amable?
La selección de las palabras tiene una importancia capital. Por ejemplo, si a un niño le dices “eres un desastre, nunca llegarás a nada”, esto se convierte en una profecía autocumplida. Este niño o niña es bastante probable que acabe introyectándolo como una especie de mandato. Si yo hago a alguien una generalización de este tipo, “tú no llegarás nunca”, sabemos que esto tiene una importancia fundamental en el futuro de esta persona.
Ahora cambio por completo el contexto y hablo de la selección léxica. Hasta hace poco, hablábamos de crímenes pasionales. El crimen pasional nos induce a pensar en alguien que no es responsable de sus acciones y, además, que tienen que ver con el amor. Desde que se usa la etiqueta “violencia de género”, las conceptualizaciones son completamente diferentes. Es más fácil hablar de un asesinato si el acto jurídicamente está conceptualizado como violencia de género y no como crimen pasional. En este sentido, las etiquetas que adjudicamos a las realidades determinan cómo nosotros interpretamos esta realidad.
Este uso de las palabras requiere una cierta reflexión. En el mundo de la comunicación y el periodismo no siempre tenemos este tiempo. ¿Somos poco cuidadosos?
En general, partimos de esta situación en la que, como sociedad, no reflexionamos lo suficiente sobre la importancia de seleccionar bien las palabras. Ciertamente hay periodistas, por ejemplo de cariz feminista, que están poniendo de manifiesto la diferencia entre titular una noticia indicando “Muere una mujer en Valencia” frente a “Una mujer es asesinada en Valencia”. Ponen de manifiesto que es muy importante reflejar la realidad con las palabras adecuadas. Sin embargo, creo que sí, que vale la pena que las personas que tienen una influencia sobre la opinión pública tuvieran una reflexión más profunda sobre las implicaciones inferenciales, los campos asociativos que despiertan las palabras. Los sinónimos puros no existen y no es lo mismo usar una palabra u otra porque las asociaciones que despierta una palabra u otra pueden ser completamente diferentes.
Muchas veces, en el mundo de la comunicación y el periodismo decimos que el lenguaje no verbal comunica más que las palabras. ¿Estás de acuerdo con ello?
Fueron unos estudios hechos en Palo Alto. Decían que, en un acto de comunicación, el 70 % del impacto que recibe el interlocutor tiene que ver con la comunicación no verbal y solo un 30 % con el contenido verbal. Los porcentajes se ponen en duda según los estudios. Es cierto que este 70 % incluye también lo que denominamos el paraverbal: la voz, el ritmo, el acento… Esto también se considera no verbal porque no forma parte del contenido de las palabras. Todo el mundo debe de estar pendiente del color de la corbata y del tipo de zapatos, porque es muy importante. Ahora bien, atención, también es muy importante cómo lo estoy diciendo, el tipo de articulación, el tipo de velocidad, la manera, el ritmo que imprimo en la vocalización… Esto también impacta mucho sobre las ideas que nos estamos formando de la persona que está comunicando.
Hoy usamos las redes sociales de manera permanente, sin demasiada reflexión y sin tener la oportunidad de expresar un lenguaje no tan verbal. ¿Están empobreciendo más el lenguaje?
En las redes sociales escritas, como Twitter, hay un contenido de texto y una parte multimodal, que va acompañada de emojis o de gifs o de imágenes. En este sentido, además, hay un trabajo de síntesis muy importante, porque los mensajes deben resumirse en pocos caracteres. Sigo a divulgadores científicos que hacen hilos fantásticos y utilizan el lenguaje al contrario, de una manera sintética, megaprecisa, amena, divertida, con esta mezcla de rigor y amenidad y lo están haciendo mediante una red social. O sea, también tiene que ver con las características del emisor, que sea más o menos cuidadoso, más que la red propiamente.
¿Qué utilizas para informarte y para estar al día de lo que está sucediendo?
Recibo newsletters de diarios clásicos. También sigo algunos pódcast, más para profundizar en temas concretos. Y también algo de Twitter. De hecho, he conocido algunas noticias antes por Twitter que por cualquier otro canal. Creo que estoy asimilando los usos de la gente, como mis estudiantes más jóvenes y mis doctorandos, y cada vez miro menos la televisión y utilizo más las plataformas para series.
¿Y cuándo escuchas la radio, piensas “esta palabra no es la adecuada, sería mejor esta otra”? Porque, como dices, el lenguaje es una cosa que tenemos en todos los sitios.
Me hace gracia, porque alguno de mis amigos que no son lingüistas me dice que esto de ser amigo de un lingüista es muy complicado. Un amigo, en una conversa coloquial, me decía: “Escucha Estrella, escucha una cosa”. Y le dije: “¿Puedo oírte solo o cada vez tengo que escucharte también?”. Se quedó muy descolocado, pero después pensó en ello y vio la diferencia entre “oír” y “escuchar”. O el otro día, por ejemplo, escuché a una directiva municipal que decía que “todo es fácil cuando tienes detrás un buen equipo”. Ella quería ser amable con su equipo, pero ¿los equipos están detrás? Es una manera de asumir el liderazgo que se refleja en las palabras que has escogido de manera inconsciente. Tu equipo está detrás de ti, no está a tu lado. O sea que sí, es verdad, me doy cuenta, y me doy cuenta de lo que hay detrás. No es que sea psicoanalista, pero decimos mucho de nosotros mismos con las palabras que escogemos.
¿Puedes recomendarnos algún libro que pueda servirnos para aprender y mejorar en este sentido?
Como soy una convencida firme de que la retórica clásica revisitada por las nuevas disciplinas tiene mucho que enseñarnos, aconsejaré un libro que la retoma y la aplica a los discursos políticos. Se titula ¿Me hablas a mí? La retórica de Aristóteles a Obama, de Sam Leith. Explica porque nos quedamos “colgados” cuando escuchamos al presidente Obama o a su mujer, Michelle Obama. Existen muchas razones: la calidad de la voz, cómo articulan, las pausas maravillosas que hacen, pero también, y sobre todo, por el tipo de estructura del discurso. No podemos engañarnos pensando que, porque hacen unos discursos muy accesibles, muy fáciles de seguir, no tienen un trabajo de estructura muy profundo. De hecho, el presidente Obama, y él lo ha dicho públicamente, ha recibido una muy intensa formación en retórica, que se puede reseguir perfectamente cuando se analizan sus discursos. Algo agradecido de hacer con los comunicadores que tengan interés en ello es analizar los buenos discursos políticos y ver todos los recursos de retórica clásica que se utilizan. Son discursos muy actuales, pero que retoman recursos muy bien explicados por la retórica clásica.
Nosotros también queremos hacer una recomendación: el Cosas que pasan cuando conversamos, un maravilloso libro de Estrella.
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