La compañera periodista Anna Argemí me hizo reflexionar a partir de esta historia que escribió sobre París. Explicaba que Thomas Brail, activista y escalador, se instaló en lo alto de un plátano centenario cerca de la Torre Eiffel para protestar contra un plan del Ayuntamiento que preveía talar 42 plátanos históricos para construir edificios en aquel entorno. Su acción sorprendió a los turistas y destapó la caja de los truenos de muchos grupos y personas que decidieron apoyarle y tomar los altavoces en las redes y en los medios para quejarse. El Ayuntamiento no tuvo más remedio que anunciar que recibiría a Brail y finalmente dar marcha atrás con el proyecto, que ya sumaba un alud de críticas.

Debía de tratarse de uno de aquellos taaantos casos en qué empresas e instituciones “tiran millas” y olvidan activar uno de los factores clave de la comunicación: explicar lo que pretenden hacer a entidades, empresas, colectivos y personas que tienen a su alrededor, especialmente a quiénes pueda molestar, antes de anunciarlo en público. Hacerlo, probablemente les ahorraría el mal trago de haber de dar marcha atrás, con el descrédito como poso para siempre.

Lo conocemos como tener definido el llamado “Mapa de Interlocutores”, concepto de esos que siempre incluimos en planes y protocolos de comunicación y que corren el riesgo de quedarse en el “Mapa mental”, sin activarse nunca. Otros hablan de “aliados” y otros de “grupos de interés”, pero no se trata bien, bien de esto. Porque debemos incluir también a todos aquellos y aquellas que pueden discrepar de nosotros.

En mi experiencia como Dircom del Govern, recuerdo claramente como Marina Geli, consellera de Salud en ese momento, aprovechaba cualquier iniciativa que quería emprender para convocar mesas amplísimas de debate en las que figuraban colectivos y personas que yo no sabía ni que existían. Yo miraba con sorpresa como, en esas mesas, algunos y algunas no se cortaban en absoluto a la hora de realizar duros reproches y críticas y poner de manifiesto lo que para ellos eran planes inaceptables y contradicciones indefendibles. A mi me parecía una verdadera descortesía, pero aprendí que, en realidad, era todo lo contrario: era enriquecedor, constructivo, ayudaba a recoger mejoras, permitía avanzar mucho más sólidamente y, sobre todo, establecer lazos de confianza; se aceptaran o no las propuestas de unos u otros.

También recuerdo cuando, en un episodio de nevadas bloqueantes, los alcaldes salieron en tromba criticando que nadie les había avisado y no sé qué portavoz respondió que el problema es que no teníamos los móviles de los alcaldes y, claro, no respondían en los teléfonos fijos de los ayuntamientos.

Así que lo que he aprendido del famoso “Mapa de Interlocutores” es lo siguiente:

1. Conviene pensarlo en momentos de paz.
2. Mejor que sobren personas, entidades e instituciones que no que falten.
3. Ningún epígrafe sirve de nada si al lado no hay una persona de referencia, con un móvil actualizado y comprobado y alguien más que nos pueda ayudar a contactarla en caso de incidencias varias (que el móvil no tenga batería, por ejemplo).
4. Ningún teléfono sirve de nada si antes no hemos contactado con aquella persona de referencia: una llamada cuando no hay problemas, un café, una excusa para una conversación.
5. Ninguna conversación previa sirve de nada si cuando tomamos decisiones no tenemos en cuenta a todos los que tan bien hemos dibujado en nuestro “Mapa de Interlocutores”.
6. En caso de crisis, alguien debe dedicarse a informar activamente y permanente a todas las personas de la lista, implicándolas si es posible en la gestión que estemos haciendo.

Al final, el papel todo lo aguanta. Pero una relación es otra cosa. Y abrirla, construirla y mantenerla es la clave para no convertirlo en papel mojado.

*Imagen: del perfil de Twitter @egregoire