El diccionario inglés Collins ya ha admitido entre sus palabras el vocablo «Permacrisis». Hace referencia a un largo período temporal de inestabilidad e inseguridad, «como consecuencia de eventos catastróficos como pueden ser las guerras, la inflación, las pandemias o la emergencia climática». Nuestro día a día, vaya.
El hecho es que la permacrisis la sufrimos las personas, empresas, entidades y organizaciones, y no siempre está causada por eventos externos de esta dimensión que define el Collins. Demasiado a menudo las provocan decisiones inexplicables, que acaban derivando en crisis evitables. Tenemos un reciente ejemplo en el escándalo de los carteles de ERC destapado por el diario Ara, por citar uno de reciente cuando escribo este post.
Muchas crisis están provocadas por decisiones absurdas como esta, y se evitarían si aplicáramos la fórmula matemática de: «Si no lo puedes explicar, entonces es que no lo puedes hacer». Así de fácil. Nadie habría colgado ninguno de estos carteles, si lo hubiera pensado así.
En cualquier caso, el contexto actual de permacrisis requiere más profesionalidad que nunca. Y especialmente en el ámbito comunicativo, porque una buena comunicación en medio de una crisis nos ayudará a afrontar el escenario sin morir por una reputación irrecuperable.
Para conseguirlo, es muy oportuno contar con un plan de comunicación de crisis: ayuda a identificar riesgos, prever escenarios, pensar respuestas, percibir las debilidades y nos sitúa a todos en un marco más probable de lo que imaginamos.
Un plan de crisis incluye acciones como formar portavoces, hacer nuevas alianzas, fortalecer las relaciones existentes, explicar más y mejor quiénes somos, qué hacemos y para qué. En definitiva, nos permite prepararnos.
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