La mayoría de medios de comunicación visualizan el proceso catalán desde una óptica exclusivamente política, de bandos, y desde esta visión se posicionan, con mayor o menor fortuna, a un lado y al otro. En muchos casos, las visiones son tan sesgadas y tan manipuladas que algunos medios rayan la obscenidad.
La ética periodística tardará mucho tiempo en recuperarse, si es que puede recuperarse. A pesar de esta realidad, el verdadero trasfondo no está en el papel de los medios de comunicación, que se han visto superados por lo que podríamos llamar la nueva comunicación, sino en un nuevo escenario que va incluso más allá de las redes sociales.
Las aplicaciones de mensajería (WhatsApp, Telegram, Signal …) han sido y son los verdaderos medios y canales de comunicación para millones de personas.
Cataluña ha sido y está siendo un gran campo de prácticas para vivir en directo las nuevas tendencias a la hora de comunicarse. Testigos, filmaciones, avisos, consejos, críticas, convocatorias, llamadas, circulan estos días a la velocidad de la luz por la mensajería móvil. También, claro, por las redes sociales. Pero cuidado, porque estas tienen un papel limitado y hacen de altavoz de lo que ya se ha difundido por las aplicaciones de mensajería.
Habría que añadir los medios de comunicación, que estos días viven de las fuentes sociales. Sus contenidos no son otros que los que mucho antes han circulado por WhatsApp, Facebook o Twitter.
Pero esta realidad tiene otra cara: la cantidad de información sesgada, falsa, manipulada, creada para decantar la opinión, calentar el ambiente, introducir presión y miedo y difundir realidades que no son, ha sido de una dimensión incalculable. Habrá que analizar muy profundamente dónde está el origen de tanta manipulación.
La sociedad ya ha superado los medios de comunicación, ahora sus fuentes son su entorno, aquel que conocen o aquel que creen conocer. Y eso es lo que prevalece. Ya no se trata sólo de política, sino de percepciones personales, buenas o malas, que arraigan profundamente en las creencias de los ciudadanos.
Hoy, las cosas funcionan de otra manera. Alguien te envía un mensaje asegurando que Mercadona ha amenazado con despedir a los trabajadores que participen en el paro general para protestar por la actuación violenta de las fuerzas policiales contra ciudadanos catalanes. Inmediatamente, llegan miles de nuevos mensajes incitando a boicotear Mercadona.
Y alguien dice que los millones de personas yendo a votar era una farsa, una representación, que una amiga que es maquilladora profesional, se ha hecho las barbas de oro estos días maquillando presuntos heridos. Y automáticamente, cientos de nuevos mensajes avalan esta versión. Una barbaridad, pero es la realidad.
Ni los medios de comunicación ni las organizaciones están preparadas para esta situación. Hace mucho tiempo que decimos que el poder de la comunicación está en la calle, y es así, con todos los pormenores. La pregunta es si realmente estamos preparados para asumir esta nueva realidad, si instituciones y empresas pueden hacer frente en condiciones a una situación que desborda, que sobrepasa y que puede borrar años y años de reputación, de conocimiento, de trabajo.
El error sería quedarse en la anécdota, pensar que no hay nada que hacer o que esto no va con nosotros. El ejemplo catalán también va más allá, las instituciones y especialmente, las organizaciones y entidades catalanas que impulsan el proceso han demostrado que son capaces de adaptarse a la nueva realidad, de convertirla en una herramienta funcional de la comunicación.
Algunos dirán que mediante la manipulación, también, pero la ciudadanía ya no quiere contenidos prefabricados, quiere formar parte de estos contenidos. La respuesta es simple: todos somos ciudadanía, por lo tanto, podemos formar parte de las nuevas formas de comunicación.
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