Hace unos días leía un #haikuconversacional, concretamente el número 40, de los que publica periódicamente en su perfil de Twitter la catedrática Estrella Montolío, que, por cierto, resultan imprescindibles para entender muchas de las claves de la comunicación actual.
Ese haiku decía “en la elección adecuada de nuestras palabras reside el acierto o el fracaso de nuestra comunicación”. Independientemente del punto de vista desde el que se quiera mirar, una gran verdad que debería presidir las políticas de comunicación de todas las organizaciones.
Siempre, y la historia y la bibliografía están llenas de pruebas, las palabras están en la base de la buena o mala comunicación, en su éxito o en su fracaso. Pero no siempre le damos la atención necesaria, ni siempre son el primer objeto de reflexión a la hora de decidir como vamos a comunicar.
En la mayoría de casos aplicamos lo que podríamos llamar una comunicación mecánica, sin tener en cuenta a nuestros destinatarios, su cultura, sus capacidades, sus sentimientos, sus necesidades.
El poder de las palabras
Así es como muchos de los esfuerzos en comunicar quedan en nada. Porque las palabras no se entendieron, se mal interpretaron o generaron la reacción contraria a la que pretendíamos. La palabra sigue siendo la principal necesidad de nuestra comunicación actual: pensarlas adecuadamente, analizarlas, simplificarlas, encajarlas y utilizarlas en la medida justa para conseguir los objetivos de nuestra comunicación.
Quizás por ello, nuevamente Montolío, y después de sus múltiples éxitos editoriales, nos vuelve a recordar la relevancia de las palabras en el libro que acaba de publicar junto con el alma de esa factoría de ideas que se llama Prodigioso Volcán, Mario Tascón y que lleva por título “El derecho a entender. La comunicación clara, la mejor defensa de la ciudadanía”. Este, debería ser libro de cabecera en las políticas de comunicación corporativa y en las facultades que generan futuros directores y directoras de comunicación.
¿Nos entienden?
Siempre, pero especialmente antes de comunicar, nos deberíamos preguntar ¿de qué sirve la comunicación si no nos entienden? En el mundo crecen los movimientos que defienden una comunicación clara, pero seguimos recibiendo infinidad de inputs comunicacionales que o bien complican el entendimiento y las relaciones, o bien están muy lejos de ser entendidos.
Sin ir más lejos, la colección de despropósitos en la comunicación por el mal uso del lenguaje, o por la falta de un lenguaje claro, nos inundan diariamente: contratos, instrucciones, normas, consejos, indicaciones, discursos. Constantemente vemos como administraciones públicas, organizaciones y empresas difunden contenidos imposibles de digerir o inaceptables por su falta de encaje en la acción en la que habían sido incluidos.
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