Ese es el título del último libro que escribí sobre gestión de crisis de reputación y la verdad es que estos días, a raíz del desastre de Valencia, he pensado mucho en ello. En este caso, la crisis no solo se lleva por delante la reputación de unos políticos ineptos, sino que además, y desgraciadamente, se lleva demasiadas vidas.
Los expertos dicen que una crisis siempre es una oportunidad, en este caso la oportunidad radica en aprender a no dejar nunca la gestión del riesgo en manos de incompetentes porque las consecuencias ya hemos visto cuáles pueden llegar a ser. Estos días hemos visto muchas opiniones sobre lo mal que se ha gestionado y que se está gestionado la crisis en Valencia y muchas otras sobre lo que se debería hacer o haber hecho y resulta hasta cierto punto incómodo añadir más opinión a ese alud de grandes expertos en crisis. Por ello, yo prefiero hacer únicamente algunas reflexiones, no para valorar el desastre, sino para tener en cuenta cosas que podrían mejorar la situación.
El Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos se pronunció claramente hace unos días indicando que el desastre no se podía evitar, en todo caso lo que sí se podía evitar eran las víctimas mortales, si hubiera habido la cultura de la alerta temprana y la conciencia social de cumplirla, aunque en la mayoría de los casos se trate de alertas exageradas o que se quedan cortas en su previsión. Ello nos traslada el primer aprendizaje: que la gestión de las crisis es permanente y no únicamente fruto de un día. Los responsables de gestionar riesgos deberían incidir constantemente en generar cultura de la prevención entre la población.
La segunda reflexión se refiere a la información. En situaciones extremas, la ciudadanía requiere información constante. ¿Qué está pasando? ¿Qué estamos haciendo? ¿Cómo hay que actuar? ¿Qué debo hacer yo? Y esa información requiere un liderazgo, alguien debe convertirse en líder de la información. Alguien que genere confianza, que tenga conocimiento y que demuestre capacidades de mando, pero sobre todo alguien que demuestre empatía permanente con los afectados y con la ciudadanía en general.
Disponer de esa información supone que la parte operativa está resuelta, que detrás del informador (llamémosle portavoz) hay toda la toma de decisiones y de gestión de la situación. No hay nada peor en una crisis que dar la imagen que quienes la gestionan van como pollo sin cabeza.
Y por último, algo que únicamente se aprende gestionando crisis, es que ninguna crisis es igual a la anterior, con lo cual es necesaria una reflexión profunda de lo que nos está pasando y de lo que nos puede pasar para actuar en consecuencia, sin olvidarse a nadie. Pero no vayamos a gestionar la situación pensando en que ya lo sabemos todo, que somos expertos y que nosotros lo vamos a hacer bien porque ya sabemos mucho.
Lo de Valencia aún no ha terminado y aún vamos a sacar muchas más lecciones de la situación y especialmente de su mala gestión. En este caso, seguro que esa crisis no engorda, sino que mata, ha matado ya, pero algunos políticos siguen sin aprender ni querer reconocer el daño que han hecho.
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