En esta crisis hemos vuelto a constatar que existe un porcentaje indeterminado de personas que no cumplen las normas. Para estas personas los riesgos para la salud parecen no ser relevantes. No hay más que ver el número de sanciones y de casos, en muchos casos estrambóticos, que se han impuesto por el incumplimiento de las normas del estado de alarma del Covid-19.
Alguien podría interpretar que el volumen de personas que incumplen la normativa se relaciona directamente con el éxito o el fracaso de las políticas de comunicación del gobierno. Es difícil comprender como, si la información llega a todo el mundo por igual, existen individuos que vulneran la legislación cuando lo que está en riesgo no es una simple sanción, sino la salud e incluso la vida de las personas.
¿Realmente la comunicación puede influir en la actitud personal del ciudadano?
Si tomamos como ejemplo otros muchos parámetros de conducta personal, como el incumplimiento de las obligaciones tributarias o las normas de tránsito, e incluso, el código penal, se visualiza que el grado de socialización de las personas y, en consecuencia, su nivel de integración en el grupo, no es homogéneo y que en todas las situaciones existen comportamientos individuales disruptivos que van en contra de la norma existente impuesta por las autoridades y aceptada por la mayoría.
Grupos de amigos haciendo deporte de manera conjunta en pleno estado de confinamiento; trabajadores de la construcción sin ningún tipo de protección, ni tan siquiera, la que deberían llevar correspondiente a su actividad laboral; adolescentes saliendo juntos al amanecer; cientos de vehículos escapándose de las grandes ciudades hacia las segundas residencias… Son muchas las escenas que estos días han indignado al ciudadano ejemplar que acumula semanas de confinamiento, consciente de la importancia de proteger su salud y la de los suyos. Estos ciudadanos ven con impotencia como muchas personas incumplen reiteradamente las condiciones impuestas para salvaguardar a la población.
Es evidente que algunos retoques en la comunicación institucional podrían ayudar a ampliar el número de ciudadanos conscientes y cumplidores de las normas, pero también es cierto que, únicamente con comunicación, es imposible abarcar a la totalidad de la población, incluso con restricciones, sanciones y limitaciones durísimas.
Comunicación y sociología
Comunicación y sociología deberían ir de la mano en aquellos aspectos de afectación general o global, para incidir de mejor manera en la población. Uno de los autores más citados en sociología, Antonio Petrus, define tres estadios en la formación social o socialización de la persona, lo que implica su adaptación o no al sistema y a las normas. Según Petrus, existen tres tipos de socialización: la primaria, la secundaria y la terciaria. En el primer caso, la responsabilidad recae en el entorno afectivo de la persona, la familia, pero también en la escuela. En el segundo caso, el desarrollo se basa en la influencia de los grupos secundarios, como los amigos, las instituciones, las asociaciones, los medios de comunicación…, y en el tercer caso, se incluye la educación más allá del ámbito escolar, aquella que permanece a lo largo de la vida y que proviene de múltiples fuentes. Comunicación y sociología pueden ser un frente único para gestionar aquellas situaciones en las que ni la acción de gobierno, ni la legislación son suficientes para convencer a la población.
En un plato la Felicidad y en el otro un dinero. No corrige actitudes. La Comunicación es muy importante, pero la acción también. Si en el plato del dinero estuviera además el servicio social obligatorio a los afectados por COVID. Tendríamos más manos para atacar la pandemia. Y el anelo felicidad del otro plato igual no compensaba.