Seguramente, la pandemia de la COVID no ha cambiado nuestras vidas como creímos que lo haría. No somos mejores personas (tampoco necesariamente peores), no hemos construido una sociedad más igualitaria y tampoco hemos aprendido a disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Si ir al barbero no nos emocionaba antes de marzo de 2020, probablemente tampoco lo haga ahora.

Pero hay una cosa que sí ha cambiado indiscutiblemente y que afecta el quehacer diario de muchas de las personas que trabajamos en un despacho: el teletrabajo. Despertarse, desayunar (o no), arreglarse, ir hasta un edificio donde trabajan más persones y pasar allí 6, 8, 10, n-horas trabajando (o calentando una silla) no es necesariamente la única manera de estar laboralmente vinculado a una empresa.

La COVID nos trajo el teletrabajo y el teletrabajo entusiasmó a muchísimas personas. Y los departamentos de RRHH lo regularon haciendo protocolos y normas que decían cuándo se debía seguir la secuencia anterior o cuándo nos podíamos saltar el paso de ir hasta un edificio (y también el de arreglarnos, no nos engañemos). Conocimos Zoom, Teams, Meet y una infinidad de aplicaciones que ya forman parte de nuestro día a día.

Pero de golpe, el teletrabajo ha dejado de entusiasmar. Al menos a algunos gerentes y directores que desde hace ya unos meses están haciendo sonar el silbato. Andy Jassy, CEO de Amazon, ya ha advertido que debe retornarse a la presencialidad o tarjeta roja y expulsión. Así de fuerte suenan los silbatos de algunos gigantes tecnológicos. 

Razones de productividad al margen, que probablemente no sean el objeto de un blog de comunicación, sí que podemos observar ventajas comunicativas del trabajo presencial (y del correspondiente café de media mañana o del peregrinaje a la fuente para rellenar el botellín de agua):

• Transmite la cultura de la empresa a todos los profesionales —especialmente a los recién llegados—de una forma mucho más natural, eficiente y memorable.
• Impulsa el sentimiento de pertenencia, tanto por el hecho de contar con un espacio común como por los rituales propios de cualquier tribu: los vermuts de aniversario, la quiniela de los viernes, la conversación de ascensor, etc.
• Genera relaciones de confianza más sólidas y vínculos emocionales. La interacción cara a cara en un entorno común fomenta una colaboración más efectiva entre los miembros de un equipo.
• Mejora los procesos de feedback, que también devienen más naturales y sinceros.
• Facilita la innovación y la creatividad gracias a un contexto menos rígido que una videollamada y la espontaneidad de momentos de distensión compartidos.

Curiosamente Amazon, que tiene en la explotación de datos una de las claves de su modelo de negocio, no puede responder con datos puramente objetivos sobre la razón que justifica el retorno a la presencialidad. Pues eso, en comunicación 2+2 no siempre son 4.

Por cierto… Otro de los gigantes tecnológicos que apuesta por el regreso a las oficinas es precisamente Zoom. ¡Sería bueno saber si tienen contemplado un escenario así en su Manual de Crisis!