Días atrás, durante la gala de los Premios Talía, la actriz y presentadora Cayetana Guillén Cuervo cayó en la trampa de una periodista y, sin querer, confirmó a los medios de comunicación el regreso de la cantante Amaia Montero a La Oreja de Van Gogh. “Yo lo sé desde hace mucho, pero le prometí… No lo dije ni en casa, no se lo dije a nadie. Ella me pidió que, por favor, no se lo dijera a nadie y yo no se lo dije a nadie”, aseguró, sin saber que no existía ningún comunicado oficial y que, involuntariamente, estaba metiendo la pata.

La noticia corrió como la pólvora y, a las pocas horas, la actriz publicó un comunicado en su cuenta de Instagram disculpándose. «Desde la emoción, el amor y la admiración profunda que siento por ella, respondí ilusionada, recordando una conversación entre amigas en la que expresó con cariño su deseo de volver a la música, pidiéndome que no trascendiera, porque no sabía ni cuándo ni cómo«, explicaba el texto. Según la actriz, «mi respuesta a la prensa fue desde la inocencia, la ilusión y el amor que siento por ella. Lamento profundamente que mis palabras hayan provocado toda esta situación«.
Esta “situación”, que puede parecer anecdótica, no lo es tanto. De hecho, ejemplifica muy bien algo que decimos a menudo a nuestros clientes con nuestra experiencia de 30 años en comunicación: si no quieres que una cosa se sepa, no la expliques. Tanto da si se hace en un contexto de confianza —como en este caso, entre dos amigas— como si se hace en un off the record con un periodista, el riesgo es el mismo: que acabe trascendiendo.
Lo que no se sabe, no se puede explicar. Pero lo que se sabe, aunque sea confidencial, puede acabar siendo público por mil y una razones. Por error, por entusiasmo, por presión mediática o, simplemente, porque las palabras no tienen marcha atrás.
El off the record es un instrumento útil en determinadas situaciones comunicativas. Pero no es un escudo infalible. Requiere confianza mutua, claridad sobre los límites y, a menudo, una comprensión común del contexto y de los riesgos. Aun así, incluso cuando se gestiona correctamente, no hay garantías absolutas.
Por eso, en comunicación, existe una norma de oro: si una información es realmente delicada, sensible o estratégica, la mejor manera de protegerla es no compartirla hasta que esté preparada para ser comunicada. Ello implica no avanzarse a los hechos, no confiar en el aislamiento de una conversación privada y, sobre todo, no subestimar la capacidad de amplificación de cualquier declaración, por pequeña que sea.
El caso de Cayetana Guillén Cuervo y Amaia Montero nos recuerda que la comunicación no empieza cuando se habla en público, sino mucho antes. Comienza cuando decidimos qué decimos, a quién, y con qué intención. Y que, en entornos donde la información se mueve con rapidez, la discreción sigue siendo una herramienta estratégica, no un detalle menor.
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