Probablemente, estaremos de acuerdo en que como sociedad todos somos más exigentes, menos tolerantes y más militantes que hace unos años. Hoy en día, pedimos a las empresas, instituciones y organizaciones más transparencia, más información y más compromiso con todo aquello que signifique proximidad, salud, medioambiente e implicación social.
Y no sólo lo pedimos sino que tenemos el poder para exigirlo. Somos, en esencia, líderes de opinión, medios de comunicación y fuentes de información fiable y hemos aprendido a actuar en red, sumando con otros muchos ciudadanos con los mismos anhelos, compromisos y actitudes que nosotros. Pero esta realidad implica un retroceso para las empresas, en el sentido qué a diferencia de las personas, las organizaciones son cada vez menos creíbles, generan menos confianza y están más lejos de la sociedad.
Una realidad ignorada por la mayoría de corporaciones
Entonces, la pregunta es ¿qué podemos hacer? La realidad es que la mayoría de corporaciones siguen instaladas en su zona de confort, haciendo oídos sordos y cerrando los ojos a los nuevos hábitos ciudadanos. El sector financiero no se ha enterado o no quiere enterarse que empieza a florecer un nuevo concepto de entidades más éticas, más próximas, con atención más directa hacia sus clientes.
El sector energético no sabe que ya no puede construir nuevas infraestructuras sin que estas estén plenamente consensuadas con el territorio. Las marcas ya no pueden fabricar a cualquier precio ni utilizar determinados componentes que pueden poner en riesgo la salud. Las telecomunicaciones ya no pueden vender indefinidamente nuevos desarrollos sin explicar adecuadamente su necesidad y su función. Las administraciones ya no pueden imponer nuevas medidas si estas no cuentan con la aprobación de los ciudadanos. Y así, de manera transversal, todos los sectores económicos se están viendo afectados por una nueva sociedad, a la que no entienden, a la que no escuchan y con la que no saben como relacionarse.
Y ello, a parte de ser un misil directo a las cuentas de explotación y al desarrollo de las empresas, pone en riesgo la reputación de esas corporaciones que siguen instaladas en su zona de confort, pensando que todo es cuestión de ciclos y que en poco tiempo esa sociedad exigente e intolerante volverá a la vereda del buen consumidor.
¿Qué es lo que está juego?
Señores, nos jugamos la reputación y la reputación de una organización significa credibilidad, confianza y conocimiento. Si la sociedad no confía en nosotros, no nos cree y no nos conoce o no comparte nuestra filosofía o nuestra manera de hacer, no seremos nadie, dejaremos de existir.
Pero, sigamos como siempre. Confiando en los buenos resultados de un clipping de unos medios de comunicación que publican aquello que nos interesa, porque para ello los financiamos, pero no lo que interesa al lector, al oyente o al espectador. Sigamos confiando en notas de prensa que no aportan ningún valor o en redes sociales llenas de contenidos marketinianos que generan tráfico pero que no se traducen ni en más confianza, ni en más conocimiento ni en más credibilidad. Sigamos hablando de los compromisos del milenio y sigamos olvidando al cliente que ya no nos cree.
¿Estamos llegando tarde?
La labor de la verdadera comunicación corporativa radica en gestionar la reputación, preservarla, afianzarla y mejorarla. Los aplausos interesados ya no sirven, se requiere convencimiento, compromiso, proximidad, ética, transparencia, empatía, conocimiento, capacidad, eficiencia y constancia, y por desgracia en muchos currículums de las grandes compañías de nuestro país, eso sigue sin salir. Quizás estemos llegando tarde.
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